diumenge, 27 de febrer del 2011

Descubriendo a Aubrey de Grey.


Desde temprana edad, he sido reflexivo y aséptico con el concepto de la mortandad de cualquier criatura. En términos evolutivos, como seres vivos, tenemos una función simple; la supervivencia a largo plazo del conjunto planetario. Aún así, es de perogrullo que el infinito nos resulta inabarcable, subrayando, eso sí, que cada vez me sorprendería menos cualquier cosa que contradiga lo dicho, visto lo que estamos consiguiendo como especie, como humanos.

La condición humana es mortal, finita. Quizás resulte absurdo señalarlo, pero no innecesario. Personalmente, si hay algo que me ha mosqueado siempre de susodicha naturaleza, es lo poco dada que es a conceder oportunidades de equivocarse. Kundera, brillantemente, visualizó la vida como un esbozo indeleble, permanente. Van Gohg, antes de pintar "Los girasoles", y dejarlos para la posteridad, dibujó un boceto. El lápiz puedes borrarlo, el óleo no. Como humanos, dibujamos la vida al óleo.

Obviamente, esto es relativo. Si que existen segundas oportunidades, pero condicionadas por un corto período de vida, contabilizado en décadas, compuesto por un órden dirigido desde el tipo de sociedad que hemos construido. Así, creo que todos estaremos de acuerdo en que, el estandard de vida plena actual es: una infancia feliz, con un entorno familiar pleno, una confusa adolescencia en la que empiezas a experimentar que es eso de hacerse mayor. Seguido por ese periodo previo a la edad adulta, en la que te enamoras y desenamoras, estudias una carrera, estas de fiesta hasta las 8 de la mañana, te vas de Erasmus o a estudiar un máster a Barcelona. Luego consigues un trabajo, formas una familia, a la cual educas en tus valores, mientras ves como pasan por todas las etapas que tu ya pasaste, y todo ello mientras tu tambien envejeces. Tus hijos tendrán hijos, y será como volver a ser padre de nuevo, y, con suerte, vivirás feliz el resto de tus dias, hasta que te mueras, y los átomos que componen tu cuerpo y tu consciencia se descohesionen, y tus restos sean pasto de las hormigas.

Creo que todos, al margen de las creencias, estaremos de acuerdo en una sola cosa; la vida es demasiado corta. Todo firmaríamos una vida como la que describí, pero a veces veo el panorama, y se me antoja complicado. Y es que ser feliz lo es. Y, quizá vosotros como yo, a veces penseis que habeis perdido demasiadas oportunidades, y que la vida, en toda su bondad, ya os ha ofrecido mucho. Y el que tiempo, que es la esencia de la vida, es un bien precioso que se nos escapa de la manos. Y cuando pienso en lo maravilloso que sería tener dos o más vidas para poder equivocarse y aprender de los errores, descubro a un tal Aubrey de Grey.

Este tipo, gerontólogo de Cambridge y experto en software, tiene claro que el envejecimiento es un mal evitable, y que no es más que un efecto secundario del metabolismo. Si en algo estamos de acuerdo él y yo, es que envejecer no es algo bueno, ni bonito, y que si lo evitamos, se salvarían millones y millones de vidas. Todo esto es fantástico, porque pasaríamos de contabilizar nuestras vidas en décadas, a hacerlo en siglos. Y cuando tienes mil años para vivir, tu perspectiva del tiempo es mucho más amplia. Sólo pienso en lo sabios que seríamos con 500 años de vida, y en todas las cosas que no hago por falta de tiempo, pero que sin duda haría si tuviera esta perspectiva de vida, y en todas aquellas personas de las que aprendería, y en todas aquellas personas de las que me enamoraría, y en todas aquellas segundas oportunidades que quizá, ahora si, más sabio, aprovecharía, y en las puertas que ahora estan cerradas pero que quizás, con el tiempo, se abrirían. Veo el mundo que perfilan las investigaciones de Aubrey de Grey, y no puedo más que ser optimista y estar agredecido.

Volviendo a Kundera, se preguntaba "¿Pero qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir ya es la vida misma?". Así, si el tiempo de vida permite, no una, sino varias vidas, el valor que tiene la misma, por lógica, crece exponencialmente. Celebremoslo pues, ¿no?